Eric Edgar Cooke tuvo una
infancia difícil. Su padre era alcohólico y propinaba fuertes palizas a toda la
familia, muchas veces sin ningún motivo aparente. El pequeño Eric presentaba
labio leporino y tenía un defecto en el paladar que le dificultaba el habla,
por lo cual fue repudiado por sus semejantes. Continuamente se peleaba con
otros chicos y fue incluso detenido por incendiar una iglesia al no ser
admitido en el coro de ésta.
Su pasatiempo favorito era
deambular por las calles sin rumbo fijo, hasta que se aburría y cometía robos y
demás fechorías.
A
la edad de 22 años se casó con una joven camarera, de 19, con la que tuvo siete
hijos. Parecía que su vida había tomado otro rumbo, el rumbo adecuado…pero sólo
lo parecía.
Entre
1959 y 1963 la ciudad de Perth dejó de ser un lugar seguro para vivir. Tuvieron
lugar una serie de asesinatos que trajo de cabeza a la policía. En principio no
parecían ser obra de un mismo asesino, puesto que a cada uno le dieron muerte
de una manera diferente y tampoco presentaban relación entre ellos, ni siquiera
eran del mismo sexo y edad. Entre las víctimas hubo niños, ancianos, mujeres,
hombres… Unos muertos por apuñalamiento, otros por estrangulamiento y otros por
armas de fuego. Unos murieron al abrir la puerta de sus respectivas casas. Otra
víctima fue violada, otra había sido estrangulada con el cable de la lámpara de
su mesita de noche y su cuerpo fue encontrada en el jardín de un vecino, con
una botella de whisky en la mano con la que había sido sodomizado.
En
agosto de 1963, la policía en busca de pruebas, encontró una pistola entre los
arbustos de un bosque, y que parecía haber sido escondida. Tras realizar unas
pruebas de balística, los resultados determinaron que el arma había sido
empleada en uno de los asesinatos. Para atrapar al asesino ataron la pistola a
un hilo de pescar. Unos policías aguardarían escondidos a esperar a la presa; y
así es como el tiburón Edgar Cooke mordió el anzuelo y fue pescado.
El
detenido confesó 8 asesinatos, 14 tentativas y más de 250 robos. Los
investigadores quedaron estupefactos al comprobar la gran memoria que poseía el
asesino, puesto que recordó exactamente el importe de todo el dinero en
metálico que robó, incluso el valor de cada moneda sustraída.
El
26 de Octubre de 1964, Eric Edgar Cooke fue el último hombre condenado a la horca en Australia Occidental.
Su
cuerpo fue enterrado en el cementerio de Fremantle, en la misma tumba donde se
encuentran los restos de Martha Rendell.
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