“Gane 4 dólares por una hora de
su tiempo. Se necesitan personas para estudio sobre la memoria”. Así rezaba el
anuncio de un periódico de la ciudad de New Haven en un día caluroso de junio
de 1961. El
anuncio era mentira. El estudio se basaba en la obediencia a la autoridad.
El
experimento estaba compuesto por tres personas: el investigador, el profesor y
el alumno. El
investigador era quien dirigía. Previamente dos personas que se prestaban para
el experimento, debían elegir una papeleta en la que decía el rol que deberían
seguir cada uno: “alumno” o “profesor”. El “profesor” debía leer una serie de
palabras y el alumno debía repetirlas. Para ello, el alumno se sentaba en una
silla eléctrica, atado. En otra habitación contigua había un gran generador con
un sistema de botones etiquetados con sus correspondientes indicadores de
voltaje: 15, 30, 35…, hasta 450 voltios. El último pulsador advertía: “Peligro,
descarga máxima”. El profesor y el investigador se encontraban en esta última
estancia.
A
continuación comenzaba el experimento. Cada error del “alumno” suponía una
descarga mayor, hasta que llegado a un punto pedía a gritos que le sacaran de
allí y aunque el “profesor” quisiera finalizar el investigador contestaba con
frases como: “Continúe, por favor” o “El experimento no ha terminado, debe
seguir adelante”. Y el alumno seguía, y otro alumno seguía, y otro…así hasta la
última descarga: 315 voltios, un grito desgarrador, después…el silencio.
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El investigador (V) insta a que el profesor (L) aplique descargas eléctricas al alumno (S),
aunque éste suplique que no lo haga.
Autor dibujo: Maksim https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Milgram_Experiment.png
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El
creador del experimento fue Stanley Milgram, un psicólogo de la prestigiosa Universidad
de Yale, el cual lo ideó para intentar dar una respuesta a la pregunta que le
rondaba la cabeza: ¿es posible que el responsable directo del holocausto nazi, Adolf
Eichmann y los ejecutadores finales sólamente seguían órdenes?.
Milgram
quedó asombrado con los resultados de dicho experimento, por el cual el 65% de
los participantes obedeció las indicaciones del investigador hasta el final,
aún cuando se mostraban contrarios a continuar aunque eso les reportara ir en
contra de sus convicciones éticas y morales. Cabe
señalar que dicho experimento estaba muy bien preparado. Así cuando los
participantes escogían las papeletas, en ambas estaba escrita la palabra
“profesor” y el que representaba el rol del “alumno” era un actor que había
ensayado debidamente el papel de participante “torturado” y que obviamente
nunca recibió daño alguno.
Una
vez publicado el estudio, a Milgram le
llovieron las críticas por su gran contenido antiético, y que había producido
traumas permanentes en muchos de sus participantes, al descubrir lo que serían
capaces de hacer, aunque por otro lado les había abierto los ojos al descubrir
otro lado más rebelde y que no siempre hay que seguir un patrón que nos dicte
cómo debe ser nuestras vidas y cómo comportarnos. En
otros casos, diversos autores refutaron los resultados refiriéndose a que el
experimento no medía la obediencia sino la confianza que ponían los
participantes en el investigador y que por ello llegaban hasta el final. Otros
autores, aludían a componentes situaciones y contextuales, es decir, que el
sujeto actuará dependiendo de la situación y el contexto en el que se
encuentre.
En
realidad, nadie ha sabido interpretar el significado real del experimento, ni
siquiera el propio Milgram que buscó durante su vida una respuesta clara, pero
no la encontró. Lo que tuvo claro es que la “obediencia y la desobediencia se
basan en complejidades de la personalidad” […] “Estos experimentos despiertan
la conciencia y quizá el despertar sea el primer paso hacia el cambio”.
Bibliografía: Slater, Lauren
(2004). “Cuerdos entre locos”, capítulo 2: Obscura,
Stanley Milgram y la obediencia a la autoridad. Editorial Alba, Barcelona.