Recuerdo de pequeño las
historias que me contaban mis abuelos sobre la guerra. Mi abuela materna entre
lágrimas explicaba el miedo y el hambre que pasó en aquellos truculentos años.
La imagen de mi abuelo levantándose la camisa para enseñarme –por enésima vez-
la cicatriz escondida bajo las arrugas que le dejó un trozo de metralla
incrustada, tras la explosión de una bomba. -¿Te dolió?- Le preguntaba yo. –No.
Me di cuenta cuando vi que sangraba- Me respondía. Esta es una pequeña parte de
la historia de la Guerra Civil, como la de tantas otras de miles de españoles
que la sufrieron y que seguramente también contaron a sus nietos.
La historia de mi abuelo no
acabó con las bombas, sino un tiempo después cuando emigró con su madre y
hermanos a la vecina Francia, junto a otras 550.000 personas que huyeron de la
guerra durante 1939. El destino “elegido” fue el pequeño pueblo de
Argelès-sur-Mer, en la costa mediterránea, muy cerca de la frontera.
Las autoridades francesas fueron
reacias en un principio a acoger a sus vecinos que huían del horror pero la
presión internacional y el alúd de personas que llegaban sin parar les hizo
recapacitar y pronto se vieron obligados a abrir los pasos fronterizos de La
Jonquera y Portbou.
Como decía, el lugar de destino
de mis ancestros –y de otros 100.000- fue Argelès. Las autoridades locales no
estaban preparadas para acoger a tantísimas personas, así que decidieron
instalar campamentos en la playas del municipio. Una vez instalados, la
pesadilla continuaría. Se cercó la zona con alambres de espinos y custodiado
por tropas de milicianos de las colonias francesas africanas, principalmente.
Las condiciones de salubridad eran lamentables. Los propios refugiados tenían
que construirse sus propias chozas con lonas y paja para cobijarse. Los
alimentos llegaban en cuentagotas y debían utilizar el agua del mar para
cocinar, ante la escasez de agua potable. El hambre, el frío y las enfermedades
no se hicieron esperar. Muchas personas perecieron víctimas de la disentería o
el tifus.
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Campo de refugiados en Argelès-sur-Mer (1939) |
Pasaron los meses y los
sobrevivientes tuvieron que decidir si quedarse en la Francia recientemente
ocupada por los nazis o volver a España, aprovechando que Franco no iba a tomar
represalias contra quienes no hubieran cometido delitos de sangre, como fue el
caso de mi abuelo.
Esta y otras historias
familiares me vienen a la memoria estos días, al observar en los telediarios
como miles de personas cruzan desde finales de agosto el pueblo macedonio de
Gevgelija, en la frontera con Grecia, y otros tantos llegan por mar procedentes
de Turquía a la isla griega de Kos, donde son alojados improvisadamente en un
hotel abandonado. El éxodo de miles y miles de personas huyendo de la barbarie
que se está viviendo en Siria, y como 76 años después del fin de la Guerra
Civil española, las cosas no han cambiado tanto. En la era de la globalización,
del avance tecnológico, de la Unión Europea, de la ONU y de las ONG’s, la
frontera hispano-francesa del 39 fueron reacias a abrirse tal como ocurría hace
pocos días en Macedonia o Hungría, y sólamente ante la presión de la opinión
pública internacional han decidido subir las barreras.
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Emigrantes en Hungría, cerca de la frontera con Serbia (25.08.2015) Autor: Gémes Sandor/Szomszed |
La zona de Oriente Medio ha sido
a lo largo de la historia lugar de numerosas guerras y enfrentamientos, antaño
las guerras religiosas y la lucha por el dominio territorial imperaban. En los
siglos XIX y XX tanto Francia como Reino Unido tenían sometidos estos
territorios para abandonarlos luego a su suerte, siendo dirigidos por
dictadores y apoyados -a veces sí y a veces no- por Occidente según su
conveniencia. No voy a entrar en discutir quién o quienes son los responsables
de la guerra en Siria, aunque la herencia dejada por las invasiones
occidentales en gran parte del mundo es esta, conflictos bélicos, miseria y por
consiguiente desplazados, y lo que es peor la incapacidad para dar con una
solución al respecto.
Desde el inicio de la guerra en
Siria en 2011, los desplazados internos en Siria suman 7.600.000 y casi 2
millones se encuentran en Turquía, 1 millón y medio en Líbano y otros 3
millones y medios en diferentes países como Jordania, Iraq, Egipto y del norte
de África, según ACNUR.
La reacción de la Unión Europea
llega con retraso, aunque ha llegado. El presidente de la Comisión Europea,
Jean-Claude Juncker ha sorprendido con sus declaraciones, muy comprometidas con
la causa: “Si fueran ustedes, con sus hijos en brazos, los que vieran
cómo el mundo se deshace, no habría muro que no fueran a subir, no habría mar
que no fueran a atravesar o frontera que cruzar para huir de la guerra o del
Estado Islámico. Debemos acoger a los refugiados en la UE". También
ha enviado un mensaje a los países reacios a acoger a refugiados sirios,
aludiendo a la religión, como es el caso de Hungría, Polonia, la República Checa,
Eslovaquia, Letonia, Lituania y Estonia, a los que sólo aceptarán a cristianos.
"No hay creencias, religiones o filosofías cuando hablamos de refugiados.
El asilo es un derecho. Se acerca el invierno y
no queremos ver a gente en las calles”.
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