Parece que las masacres contra
estudiantes en centros de enseñanza sea cosa del presente. Se culpa a menudo, o
por lo menos tenemos la percepción que el estudiante de turno que entra en un
colegio, instituto o universidad y dispara a diestro y siniestro contra todo
ser viviente que respira, lo haga a causa del entorno socio-cultural
contemporáneo en el que vivimos, o un acto de locura le haya empujado a cometer
dicha acción.
Pues
veremos que no tiene por qué ser así necesariamente. La historia de las
masacres estudiantiles empezaron, por desgracia hace muchos años y no fue
precisamente un estudiante, ni un grupo terrorista, ni ningún extremista de
cualquier índole política o religiosa que nos podamos imaginar.
Eso
sí, fue en lo que actualmente es Estados Unidos, cuando aún no era una nación, y
que a la postre y en forma de preludio sería el primer país del mundo con el
mayor número de casos y asesinatos en masa de este tipo que registraría en un futuro.
Corrían
los últimos años del colonialismo en las tierras que hoy conocemos como Estados
Unidos y Canadá. Francia e Inglaterra se enfrentaron en una guerra fruto de sus
ansias expansionistas, por la que se disputaban numerosos territorios a escala
mundial. En Europa fue conocida como la “guerra de los siete años” y “guerra
franco-india”, en América del Norte.
Los
británicos fueron los vencedores, y por ello muchas zonas conquistadas por los
franceses les fueron traspasadas.
A
los indios no les hizo ninguna gracia que los ingleses se asentaran en aquellos
territorios, pues con los galos habían tenido buenas relaciones, en cambio los
británicos les trataron mal, según ellos como esclavos.
Así
pues, diversas tribus de la zona de los Grandes Lagos se unificaron e iniciaron
una guerra contra los colonos británicos en mayo de 1763, conocida como
‘Rebelión de Pontiac’, en honor al jefe indígena más importante del conflicto
bélico, Pontiac, líder de la tribu de los ottawa.
La
guerra se caracterizó por la brutalidad empleada en ambos bandos. Los ataques
de los indios consistían en atacar fuertes y asentamientos ingleses, donde
mataron a muchas personas e hicieron centenares de prisioneros.
Monumento erigido en 1880 en memoria a las víctimas Autor fotografía: Smallbones |
El
26 de julio de 1764 tuvo lugar el suceso más conocido de aquella guerra, cuando
cuatro indios de la tribu de los delaware
asaltaron una escuela en Pennsylvania, cerca del actual municipio de
Greencastle, en el condado de Franklin. El profesor, Enoch Brown les hizo
frente pero murió de un disparo y su cabellera fue cortada. La misma suerte
corrieron nueve de sus alumnos, que fueron masacrados a golpe de hacha y su
cuero cabelludo también arrancado. Dos de los niños sobrevivieron y cuatro
fueron hechos prisioneros. Un día antes, mientras se dirigían al colegio,
encontraron a una mujer sóla, embarazada a la que mataron, arrancando su
cabellera y al niño que portaba en su vientre.
Al
regresar a su poblado, algunos jefes tribales e indios veteranos se disgustaron
sobremanera por haber matada a tantos niños, lo que calificaron la acción de
cobardía. Testigo de ello fue un prisionero llamado John McCullough, quien
presenció dichas situaciones.
Las
víctimas fueron enterradas en una fosa común y en 1885 a la zona se la llamó
Enoch Brown Park, donde se erigió un monumento en su memoria.
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