Nacido el 3 de abril de 1908 en
Köpenick, un pueblo del área de Berlín, Lüdke era un débil mental que no acabó
la escuela ordinaria. Era un oligofrénico desde su nacimiento que acabó sus
estudios en un centro para retrasados mentales. Desde muy joven trabajó en la
lavandería de sus padres, llevando los pedidos a domicilio con un carro tirado
de un caballo, al que golpeaba fuertemente, por lo que fue denunciado por sus
vecinos. De ahí le vino el apodo de bruto.
Lüdke era un poco problemático,
debido a su estado mental. Se quedaba parte del dinero que cobraba a los
clientes de la lavandería y robaba animales de granja a los que mataba y luego
los vendía en los restaurantes de la zona, por lo que en febrero de 1940 pasó
unos días entre rejas aunque debido a que las leyes alemanas de la época no permitían
que los disminuidos psíquicos fueran juzgados.
El 29 de enero de 1943, Frieda
Rössner, una viuda de 59 años fue hallada muerta en un bosque de Köpenick,
cerca de su propia casa. Apareció estrangulada con un pañuelo y le fue robado
su bolso. El caso fue puesto a disposición del investigador policial KK Franz
que hizo una lista de sospechosos, entre los que se encontraba Lüdke. Al ser
interrogado por el policía, confesó ser el autor del crimen, y no sólo eso
también confesó los asesinatos y robos de pertenencias de Käthe Mundt, Bertha
Schulz, de la familia Umman y de otras mujeres más pero en ningún caso se
sostenían dichos crímenes. En la reconstrucción de los hechos sobre el
asesinato de Frieda Rössner, no coincidían el lugar donde afirmó el sospechoso
dejar el cuerpo a donde apareció. Tampoco dio ninguna información correcta
sobre los lugares donde ocurrieron los demás asesinatos y los objetos robados.
Sus explicaciones eran inconexas, incoherentes y carentes de veracidad.
De los archivos policiales que se
conservan sobre el caso parece más bien que las “confesiones” hechas por Lüdke
obedecen no sólo a su oligofrenia sino a más bien a lo que Franz quería que
confesara. Muchos de los más de cincuenta asesinatos que se le atribuyeron se repartían
entre Hamburgo, Munich y Berlín. Era imposible que una persona como Lüdke
pudiera haber cometido tantos asesinatos en tantas ciudades, teniendo en cuenta
que no era capaz de comprar un billete de tren, y mucho menos viajar continuamente
a estas ciudades sin perderse y aunque así fuese, su madre hubiera denunciado
su ausencia. Además no existía “firma” alguna. Es decir, todos los crímenes no
se podían relacionar, dado que el ‘modus operandi’ no respondía a una misma
forma de matar en cada asesinato cometido y los motivos seguramente eran
también distintos. Tampoco se encontraron huellas dactilares útiles.
Dado que el caso se correspondía
en tiempo y lugar con el Tercer Reich gobernando, esta clase de crímenes no
podían existir en la Alemania nazi, la mejor manera de enterrar el asunto era
cargarle el muerto a un retrasado mental por lo que KK Franz pudo colgarse una
medalla a costa de Lüdke, en un estado demasiado preocupado por la guerra que
libraba que por estas cuestiones.
Bruno Lüdke, en virtud de la ley
que lo exoneraba de ser juzgado, pasó sus últimos días en una prisión de Viena,
sirviendo de conejillo de indias para experimentos científicos, siendo castrado
y muriendo finalmente mientras se le practicaba un experimento, el 8 de abril
de 1944, sin que se presentara ninguna prueba de cargo contra él, y dejando 51
asesinatos sin resolver en Alemania.
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